Esta historia podría ser la tuya o la de una amiga:

Esta mujer no podía entender cómo el gran amor y pasión que sintió por su pareja y que pensó que duraría para toda la vida, se diluyó. Ahora solo siente algo frío y un gran resentimiento.

Trató de hablar con su pareja de lo que sentía, de los cambios que la habían afectado con la llegada de los niños, de lo necesitada que se sentía de ayuda y apoyo; pero, sus comentarios caían en saco roto y nada cambiaba en su vida.

Después de mucho meditarlo, llegó a la conclusión de que la única salida a su situación era la separación. Así que decidió planteárselo a su pareja quien aceptó que existía un conflicto que no se podía solucionar y que la relación se había deteriorado. Así que decidieron separarse para proteger lo que les quedaba: la dignidad, el respeto y la necesidad de ser felices.

Las parejas que deciden separarse sienten incomprensión mutua y desencuentro. Tienen que enfrentar emociones como el miedo, la culpa, la sensación de fracaso y la desesperanza.

Es un proceso doloroso y difícil en el que los dos salen transformados.

Otro aspecto que agrava la situación es cuando hay hijos de la relación fallida.

Así, llega el dilema de cómo proteger la alianza paternal para el bienestar, seguridad y buena crianza de los hijos, pero al mismo tiempo existe el deseo de no querer volver a ver al ex.

La recomendación en este caso, es que es conveniente despedirse bien como pareja. El divorcio o la separación implica hacer un duelo y después reconocer y agradecer lo bueno que la otra persona aportó a la relación.

Como adultos, debemos luchar para no quedarnos en los lamentos, la amargura y mejor crecer y aprender de nuestros errores.