El arte del bótox

El arte del bótox

La primavera pasada, Botox lanzó una serie de anuncios dirigidos por el cineasta Errol Morris. Con el estilo de documentales muy cortos, los anuncios presentaban a usuarios de Botox contando anécdotas conmovedoras, tristes y finalmente redentoras.

En 2019, un típico anuncio de Botox presentaba el producto como un tónico para jefas que podía infundir valor a las mujeres de fantasía mientras se deslizaban de la sala de juntas al taburete del bar.

Ahora se refundía como una especie de suero de la verdad, una herramienta de profunda introspección personal.

Morris es conocido por revelar los delirios institucionales: de la policía en “La delgada línea azul”, y del Estado en “La niebla de la guerra”. Ahora estaba filmando un espejismo sentimental para una empresa farmacéutica. Pero estos anuncios son emblemáticos de la insinuación del Botox en nuestra conciencia creativa, ya que la parálisis muscular electiva se ha convertido en una extensión del proyecto del yo.

La toxina botulínica es un veneno que, por una macabra coincidencia, provoca botulismo y cura las arrugas. Cuando se inyecta en dosis bajas en una frente arrugada, bloquea las señales nerviosas a los músculos y alisa la piel sobre ellos.

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