El presidente francés buscaba aprovechar un rico filón político: el enfado de la mayoría de los vacunados con una minoría que se niega a vacunarse y ocupa desproporcionadamente las camas de los hospitales.
Ante el aumento de los casos de coronavirus impulsado por la variante Omicron, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, dijo que quería “cabrear” a millones de sus ciudadanos que se niegan a vacunarse expulsándolos de los espacios públicos del país.
Al escandalizar a la nación con una vulgaridad tres meses antes de las elecciones presidenciales, el Sr. Macron estaba transmitiendo no sólo un mensaje de salud pública, sino también uno político. Parecía estar calculando que aprovechar la creciente ira pública contra los no vacunados tenía más recompensas electorales potenciales que el riesgo de enfadar a una minoría antivacunación cuyo apoyo tiene pocas esperanzas de conseguir.
Utilizando su lenguaje más duro hasta ahora para instar a los recalcitrantes a vacunarse, Macron dijo que no los “metería en la cárcel” ni los “vacunaría a la fuerza”. Pero dejó claro que quería hacerles la vida más difícil.