Las sobredosis matan a más de 100,000 estadounidenses al año, más que las muertes por accidentes de tráfico y por armas de fuego juntas.

Sean Blake fue uno de los fallecidos. Murió de sobredosis a los 27 años en Vermont, por una mezcla de alcohol y fentanilo, un opioide sintético. Había luchado por encontrar un tratamiento eficaz para su adicción y otros posibles problemas de salud mental, recayendo repetidamente.

Las luchas de Blake reflejan la combinación de problemas que han permitido que la crisis de las sobredosis se agudice. En primer lugar, la oferta de opioides aumentó. En segundo lugar, los estadounidenses no tienen suficiente acceso al tratamiento y a otros programas que pueden aliviar los peores daños de las drogas.

Los expertos tienen una forma concisa, aunque cruda, de resumir esto: Si es más fácil drogarse que recibir tratamiento, los adictos se drogarán. Estados Unidos ha hecho que sea fácil drogarse y difícil conseguir ayuda.

Ningún otro país avanzado se enfrenta a una crisis de drogas comparable. Y en los últimos dos años ha empeorado: Las muertes anuales por sobredosis se dispararon en un 50% a medida que el fentanilo se extendía en los mercados ilegales, más personas recurrían a las drogas durante la pandemia y los centros de tratamiento y otros servicios cerraban.