Durante casi dos años, los que se resisten a recibir la vacuna COVID-19 han sido objeto de serias súplicas, de incentivos financieros y de campañas de vergüenza en las redes sociales. Se han perdido bodas, celebraciones de cumpleaños y recitales, e incluso han renunciado a competiciones deportivas de alto nivel.
Ahora, los no vacunados han vuelto a la carga. Están cenando en restaurantes, rockeando en festivales de música y llenando las gradas de los recintos deportivos.
Es como si ya no fueran peligrosos para el resto de nosotros. ¿O no lo son?
“Está claro que los no vacunados son una amenaza para ellos mismos”, afirma el Dr. Jeffrey Shaman, especialista en enfermedades infecciosas de la Universidad de Columbia. Según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades, hasta agosto, su riesgo de morir de COVID-19 era seis veces mayor que el de las personas totalmente vacunadas y ocho veces mayor que el de las personas vacunadas y reforzadas.