Como animales que valoramos nuestra capacidad de pensar, tendemos a juzgar a otros animales por lo inteligentes que son.
Sin embargo, según los investigadores, puede que lo verdaderamente esencial sea su capacidad de sentir y expresar sentimientos. Los animales muestran emociones a nuestro alrededor. Los delfines y las orcas se muestran juguetones y solitarios, alegres y afectuosos. Los elefantes, que también viven en grupos muy unidos, expresan a menudo alegría y tristeza. Los babuinos pueden deprimirse, los monos enfadarse, los cerdos y terneros aterrorizarse y los loros ponerse de mal humor.
Pero muchos científicos consideran ahora que los animales pueden incluso tener percepciones que reconoceríamos como espirituales: contemplar a los demás como individuos que tienen valor, comprender y actuar en función de la profunda conexión entre los seres vivos, y ser capaces de trascender la existencia cotidiana a través de un sentimiento de asombro o belleza.
A medida que aprendemos más sobre el mundo que nos rodea y tomamos conciencia de que los animales no humanos son individuos que “tienen biografías, no meras biologías”, quizá sea hora de dejar atrás la presunción de que somos el pináculo de la evolución, separados de todas las demás criaturas.
Comprometer nuestra compasión para preservar y proteger a los demás seres emocionales y espirituales de la naturaleza es sin duda el camino a seguir.