Gail Rodgers, una abuela de Ohio de 66 años, se convirtió en socorrista de la piscina de su localidad para que no tuviera que cerrar.
Habían pasado 50 años desde la última vez que Gail había sido socorrista, pero cuando la falta de personal amenazó con cerrar la piscina comunitaria, Rodgers volvió a obtener el certificado.
Para demostrar que estaba preparada para la tarea, Rodgers tuvo que superar el reto físico que supone convertirse en socorrista: pisó el agua, nadó 300 metros y recogió un ladrillo de 4 kilos del fondo de la piscina.
Para esta socorrista de 66 años ha sido una alegría establecer vínculos más estrechos con la comunidad y cubrir una necesidad. Además, Rodgers disfruta del dinero extra que le proporciona el trabajo y de la posibilidad de fijar su propio horario.