Un enigma que surge en relación con la propagación del Covid-19 es por qué hay una variación tan grande en las tasas de infección y muerte tanto entre los países como dentro de ellos. Las diferencias en la forma en que las personas, y en particular los diferentes grupos de edad interactúan pueden explicar parte de esta variación.
El hábito japonés de mantener una distancia razonable, por ejemplo, está en claro contraste con el hábito de Europa Occidental, especialmente en el sur de Europa, de besar y abrazar a amigos, parientes y conocidos. Además, en algunos países como Corea del Sur, China y nuevamente Japón, la gente está acostumbrada a usar máscaras faciales como una forma de protegerse contra la contaminación del aire, una actitud que es algo extraña en Europa. Es evidente que estos hábitos culturales del Asia oriental son una gran ventaja en caso de ataque de un virus, cuando son precisamente estas actitudes las que conducen a una protección eficaz contra la contaminación.
Aquí nos fijamos en otro componente de la cultura, a saber, la frecuencia de contacto entre las personas. Por ejemplo, la sociedad italiana está fuertemente centrada en la familia, y los parientes se visitan con frecuencia. En Escandinavia y en las zonas de habla alemana, por el contrario, los contactos interpersonales son menos frecuentes.
No hay una sola explicación para todas las diferencias geográficas observadas. Sin embargo, hay una lección fundamental que se desprende y es que no hay una solución única que pueda aplicarse uniformemente a todos los países, o incluso a todas las regiones de un país determinado. Tal vez no sea una coincidencia que la UE no haya podido o no haya querido sugerir, y mucho menos prescribir, una estrategia de salida de bloqueo común para todos sus Estados miembros, dejándolos libres para tomar sus propias decisiones al respecto. La diversidad de pueblos y culturas dentro de Europa es demasiado grande para permitir una solución general a los complejos problemas que plantea la actual pandemia.