No hay duda de que el notable progreso de la República Checa en COVID-19 fue el resultado de exigir a toda una sociedad el uso de máscaras faciales.
Cualquiera que esté interesado en un estudio de caso del mundo real sobre la extraordinaria efectividad de las máscaras faciales para suprimir la propagación del coronavirus no tiene que mirar más allá de Praga. En esta capital de 1.3 millones de habitantes, una de las primeras de Europa en decretar la obligatoriedad del uso de máscaras universales hace casi cuatro meses, la vida ha vuelto a la normalidad.
Todas las tiendas, restaurantes, escuelas y oficinas de Praga están abiertas, y el gobierno ha levantado las últimas restricciones que quedaban sobre las grandes reuniones públicas. El comercio está floreciendo. El uso de máscaras ha desaparecido.
La ciudad celebró recientemente lo que muchos aquí ven como el fin de la pandemia con una gigantesca cena al aire libre para 2,000 personas agrupadas alrededor de una mesa de 515 metros de largo que atravesaba el histórico Puente de Carlos – sin máscaras y sin distanciamiento social.