La voz de la mujer tiembla al recordar sus días de cuarentena en un motel de Venezuela.
“A veces duermo por la noche y me despierto pensando que estoy en el motel”, dice, llorando. “Todavía me siento traumatizada”.
Ella, al igual que más de dos docenas de profesionales de la salud o trabajadores humanitarios de este informe, pidió que no se revelara su identidad por temor a represalias del gobierno venezolano.
Su calvario comenzó cuando su padre murió en la otrora rica ciudad petrolera de Maracaibo, en el noreste de Venezuela. Los médicos sospecharon que fue víctima del Covid-19, aunque los resultados de las pruebas no fueron concluyentes. Aún de luto, toda su familia fue obligada a hacerse una prueba rápida. El suyo también resultó no ser concluyente.
A partir de ese momento, su vida estuvo completamente controlada por el gobierno de Venezuela dijo, desde donde dormía hasta lo que comía. “Estuve inmediatamente aislada desde ese momento. No escuché nada de mi familia, no tuve ningún contacto con ellos, no pude acercarme a ellos”, dice. “Me sentí frustrada, pensé que iba a morir.”
Primero la pusieron en un centro de diagnóstico del gobierno durante tres días, donde dice que compartió una habitación sin aire acondicionado con otros cuatro pacientes. Tuvo que compartir un baño sucio con los otros casos sospechosos, dos de los cuales, dice, “tenían muy mala salud”.
Luego le dijeron que sería transferida a un motel.
Los médicos dicen que el gobierno de Venezuela ha estado usando moteles y otras instalaciones improvisadas para poner en cuarentena a los pacientes sospechosos de tener el coronavirus, en un intento de separarlos de la población general y evitar que sobrecarguen los ya agotados y desmoronados hospitales del país. Pero estas instalaciones se han ganado la reputación de ser antihigiénicas, abarrotadas y similares a una prisión, y muchos venezolanos temen ser encerrados en ellas.