Si el video de quejas del Presidente Donald Trump presentado ante la Asamblea General de la ONU demostró algo, es que no tiene una política exterior. 

Trump arremetió contra China y los críticos de su manejo medioambiental que niega el cambio climático, celebró los escasos logros diplomáticos y mintió sobre la lucha de los Estados Unidos contra la pandemia. Su discurso resumió la forma en que ejerce el poder en el extranjero, al servicio de objetivos políticos nacionales y personales, en lugar de basarse en los intereses más amplios de los Estados Unidos.

Se espera que todos los movimientos en el extranjero de Trump tengan su peso político en casa. Cuando quiso un acuerdo comercial con Pekín, Trump era el mejor amigo del presidente chino Xi Jinping – ofreciendo elogios injustificados sobre su liderazgo en la pandemia. Pero cuando su propio manejo desastroso del virus amenazó las esperanzas de un segundo mandato, eligió a China como chivo expiatorio, incluso a costa de desencadenar una nueva Guerra Fría. La retirada de Estados Unidos del acuerdo nuclear con Irán dejó a Teherán más cerca de una bomba, pero sin duda ayudó a destruir el legado de Barack Obama. Los acuerdos de normalización entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos y Bahrein, apoyados por EEUU, también tenían como objetivo complacer a los evangélicos en EEUU. Y mientras el festival de amor del Presidente con el líder norcoreano Kim Jong Un no hizo nada para desmantelar sus armas nucleares, si dio lugar a grandes operaciones fotográficas.

“Sólo cuando cuides de tus propios ciudadanos encontrarás una verdadera base para la cooperación”, dijo Trump a la Asamblea General, resumiendo su credo “America First”, que pone fin a 80 años de liderazgo mundial de EE.UU. Si pierde las elecciones en seis semanas, su discurso será recordado como un golpe desafiante y valiente. Y si Joe Biden toma el lugar de Trump en la ONU el año que viene, se enfrentará a un mundo que se ha vuelto escéptico del poder de América – y a enemigos que se crecieron ante su ausencia.